En la enigmática tierra de Garcinarro, provincia de Cuenca, se erige el yacimiento arqueológico de La Cava, un lugar imbuido de una espiritualidad ancestral y misteriosa que trasciende el tiempo. Este rincón de España, más que un sitio histórico, se revela como un altar de leyendas y susurros del pasado, evocando una conexión profunda con lo sagrado y lo inexplicable.
Los íberos fue la denominación que dieron los antiguos escritores griegos a la gente del levante y sur de la Península Ibérica para distinguirlos de los pueblos del interior, pues estos autores entendían que esta cultura y costumbres eran diferentes.
De estos pueblos escribieron Hecateo de Mileto, Heródoto, Estrabón o Rufo Festo Avieno, citándolos con estos nombres, al menos desde el siglo VI a. C.: elisices, sordones, ceretanos, airenosinos, andosinos, bergistanos, ausetanos, indigetes, castelanos, lacetanos, layetanos, cossetanos, ilergetas, iacetanos, suessetanos, sedetanos, ilercavones, edetanos, contestanos, oretanos, bastetanos y turdetanos.
Geográficamente, Estrabón y Apiano denominaron Iberia al territorio de la península ibérica.
Leyendas y fantasmas
El yacimiento arqueológico de La Cava no está entre los más conocidos de España, pero resulta ser uno de los más interesantes. Las autoridades del municipio de Garcinarro (provincia de Cuenca), al que pertenece el yacimiento, insistieron durante años ante la administración pública para que se iniciaran excavaciones en determinadas zonas en las que sospechaban que podrían producirse hallazgos de interés. Y no se equivocaron: la exploración arqueológica iniciada en 2014 dio sus frutos, y el más reciente de ellos es la recuperación completa de lo que, a día de hoy, es la mayor edificación íbera descubierta.
Se trata de un auténtico tesoro arqueológico: una edificación excavada en roca de casi cuatro metros de altura, construida en plena Edad del Hierro, entre los años 450 o 400 a.C., aproximadamente. Está compuesta por tres estancias rectangulares paralelas y orientadas a poniente, una de las cuales se subdivide en otras más pequeñas.
La función de este peculiar edificio es aún objeto de investigación, pero la mayoría de las hipótesis apuntan a que muy probablemente se trató de una especie de santuario o espacio sacro. Los arqueólogos han hallado en la puerta de acceso una oquedad por la que, durante el ocaso, la luz del sol penetraría iluminando una hornacina situada en su interior, en la que presumiblemente hubo alguna figura deifica.
El hallazgo es sorprendente, ya que los descubrimientos arqueológicos datados en la Edad del Hierro suelen consistir en restos de muros edificados con piedras o adobes que generalmente no superan el metro de altura.
Sin embargo, el interés de este yacimiento, ubicado en una zona estratégica desde la que se dominaba gran parte del entorno, no se limita a la presencia de este singular edificio.
En el mismo cerro conviven vestigios de un poblado de la Edad de Bronce y elementos de la época romana, así como una necrópolis visigoda y un largo corredor de 70 metros de longitud y uso desconocido.
La variedad de estos hallazgos arqueológicos puede interpretarse como un indicador del valor estratégico de este punto geográfico de la península ibérica, ya que, al parecer, fue utilizado por todos los pueblos que ocuparon sucesivamente este territorio. Esta circunstancia convierte al yacimiento en una cápsula del tiempo de incalculable valor arqueológico y humanístico.
El municipio de Garcinarro, consciente de ello, organiza desde hace años actividades de ocio a través de una asociación cultural local, que este año ha impulsado la representación de obras teatrales nocturnas y conciertos como parte de un programa que pretende dar a conocer el interesante contenido del yacimiento.