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Hadjar el Hibla, La mítica piedra de la mujer embarazada

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Hadjar el Hibla: el titán de piedra que desafía la historia

En el corazón de Baalbek, la antigua Heliópolis del Imperio romano, yace un coloso dormido. Su nombre es Hadjar el Hibla, la piedra de la mujer embarazada, y junto a otras dos moles ciclópeas forma un enigma pétreo que desafía a la lógica, al tiempo y a la ciencia. Estos tres bloques tallados, abandonados en la cantera sagrada del Líbano, no son solo los mayores jamás trabajados por manos humanas: son testigos silentes de un pasado cuya técnica, propósito y significado siguen envueltos en la bruma de lo inexplicable.

Un nombre nacido de la leyenda

El nombre Hadjar el Hibla (حجر الحبلى), traducido como la piedra de la mujer embarazada, ha dado lugar a múltiples leyendas transmitidas durante siglos por las gentes de Baalbek. Según una de las versiones más difundidas, una mujer embarazada engañó a los hombres del lugar asegurando que era capaz de mover el gigantesco monolito… pero sólo si se le proveía de alimento y cuidados hasta el día de su parto. Otras historias más arcanas afirman que fueron djinns —espíritus del mundo invisible en la tradición islámica—, y más concretamente djinns embarazadas, quienes intentaron tallar y trasladar la piedra como castigo divino o penitencia. Incluso hay quienes aún creen que tocar la piedra otorga fertilidad a las mujeres que buscan concebir, lo que ha hecho de la cantera un lugar de peregrinación popular y místico.

Monolitos que rompen los límites de la antigüedad

La piedra de la mujer embarazada es sólo el primero de tres gigantes dormidos. Fue tallada y parcialmente extraída de la roca madre hace más de dos milenios, pero abandonada tras mostrar signos de fractura. Este bloque colosal mide unos 20,3 metros de largo por 4,3 de alto y 4,5 de ancho, con un peso estimado de 1000 toneladas. Sin embargo, a escasos metros yace el segundo monolito, descubierto en los años noventa y de proporciones aún mayores: 1242 toneladas, convirtiéndolo en la segunda piedra más grande jamás tallada. Y en 2014, el Instituto Arqueológico Alemán reveló un tercer titán de piedra, enterrado parcialmente, con una masa estimada de 1650 toneladas, lo que lo convierte en el bloque de piedra tallado más grande del que se tenga registro en la historia humana.

Todos ellos permanecen inacabados, como si algo —un error técnico, un colapso social, un cambio religioso, o un cataclismo— hubiese interrumpido súbitamente su destino.

¿Qué civilización fue capaz de esto?

Se presume que estos monolitos estaban destinados al templo de Júpiter, el edificio central del colosal complejo de Baalbek, cuyo trilito —tres bloques de 800 toneladas cada uno colocados en lo alto del muro de su base— ya es, por sí solo, una maravilla de la ingeniería antigua. No obstante, la erosión visible en los tres bloques de la cantera, superior a la del templo mismo, ha hecho que numerosos expertos se planteen si estos bloques podrían pertenecer a una cultura anterior, pre-romana, quizá semítica o incluso más antigua, desaparecida sin dejar registro salvo estas huellas ciclópeas.

El enigma técnico persiste: ¿cómo se pretendía transportar piedras de más de mil toneladas desde la cantera, situada a unos 900 metros del templo? ¿Qué tipo de tecnología —ausente de grúas modernas, ruedas metálicas o motores— podría haber permitido semejante hazaña? Y aún más desconcertante: ¿por qué tallarlas si no había forma de trasladarlas con los medios conocidos de la época?

Jean-Pierre Adam, arquitecto e historiador francés, junto a un equipo austríaco de Linz, realizó en 1996 un análisis geodésico completo de las piedras. Sus conclusiones confirmaban las cifras de peso y volumen, pero no ofrecían solución definitiva sobre los métodos empleados. Algunas teorías modernas barajan el uso de rodillos de madera, rampas de tierra, poleas y trabajo humano masivo, pero ninguna puede justificar del todo cómo se habrían sorteado las pendientes, el terreno irregular y el peso que habría triturado cualquier rodamiento conocido.

Más que arquitectura: una declaración de poder

Aun sin completarse, la existencia misma de estos bloques sirve como una declaración de intenciones. No solo buscaban construir, sino impresionar. El templo de Júpiter en Baalbek era una afirmación del poder absoluto de Roma en los confines orientales de su imperio, un faro arquitectónico que amalgamaba cultos grecorromanos y tradiciones locales, en una región sagrada ya desde época fenicia y cananea.

¿Fueron estos monolitos un intento de superar los límites de la materia, de tocar la divinidad con piedra, de inmortalizar el orden humano en la eternidad del granito? ¿O son, como tantos otros restos colosales dispersos por el mundo —desde Puma Punku hasta Stonehenge—, los testigos de un conocimiento perdido y enterrado por la marcha de los siglos?

Un legado inmóvil, pero eterno

Hoy, Hadjar el Hibla descansa semioculta en la maleza, inclinada, quieta, monumental. A 86 kilómetros de Beirut, su silueta dormida en el lecho de la cantera evoca la promesa de algo inconcluso, la herida abierta de un propósito abandonado.

Los turistas caminan sobre ella, los estudiosos debaten su origen, los mitos la envuelven… pero la piedra no responde. Su lenguaje es el silencio. Un silencio pesado, eterno, que recuerda que hubo un tiempo en que el hombre soñó con mover montañas, y en Baalbek —quizá por un instante—, casi lo logró.

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