Los orígenes de los jázaros se pierden en un cruce de leyendas, genealogías bíblicas y registros fragmentarios.
Como tantos pueblos de las estepas euroasiáticas, su historia comienza en un punto donde la certeza desaparece y se impone la tradición oral. Según sus propias crónicas, ya influenciadas por textos sagrados tras la conversión al judaísmo, los jázaros se consideraban descendientes de Kozar, hijo de Togarmá, nieto de Jafet —uno de los tres hijos de Noé—. Esta ascendencia mítica, compartida con otras tribus de Asia Menor y del Cáucaso, fue probablemente una adopción posterior, fruto del contacto con la cosmovisión judeocristiana, más que una tradición genuinamente originaria.
Históricamente, los jázaros fueron un pueblo túrquico surgido de las vastas llanuras de Asia Central. Su nombre, relacionado con una raíz turca que podría traducirse como “errante” —similar al moderno gezer en turco—, parece evocar el modo de vida nómada que caracterizó sus primeras etapas. Sin embargo, lejos de quedar anclados en las rutas de caravanas y campamentos, hacia el siglo VII d. C. fundaron una entidad política de notable poder: el Kanato jázaro, también conocido como el Kaganato de Jazaria.
Esta potencia emergente se asentó en las regiones del Cáucaso Norte, a orillas del mar Caspio, extendiendo pronto su dominio por vastos territorios: el sur de la actual Rusia, buena parte de Kazajistán occidental, el este de Ucrania, así como Daguestán, Azerbaiyán, Georgia y Crimea. Su capital fue Itil, una ciudad que en sus mejores días competía en riqueza y diversidad cultural con las grandes urbes del mundo islámico y bizantino.
Uno de los elementos más fascinantes —y enigmáticos— de su historia fue la adopción del judaísmo como religión oficial por parte de su élite dirigente en algún momento entre los siglos VIII y IX. Este hecho, sin paralelo en la historia medieval, ha alimentado teorías, polémicas y novelas durante siglos. Algunos lo interpretan como una maniobra geopolítica para mantenerse equidistantes entre los dos colosos que los flanqueaban: el Imperio bizantino cristiano y el Califato musulmán. Otros lo consideran un acto sincero de conversión religiosa. Sea como fuere, Jazaria se convirtió en el único estado judío independiente de la Edad Media.
Aliados estratégicos del Imperio romano de Oriente (Bizancio), los jázaros compartieron intereses militares frente a enemigos comunes, como el poderoso Imperio sasánida primero y los califatos árabes después. En varios episodios claves, sus ejércitos contuvieron el avance islámico hacia el norte del Cáucaso y el este europeo, desempeñando un papel que tal vez haya salvado a la Europa oriental de una islamización temprana.
Sin embargo, ningún imperio nómada es eterno. A finales del siglo X, la presión de la Rus de Kiev, un nuevo actor eslavo emergente con vocación de conquista, comenzó a erosionar el poder jázaro. El saqueo de Itil y la posterior desintegración del Kanato marcaron el principio del fin. Algunos grupos jázaros huyeron y se dispersaron hacia Europa oriental, fundando pequeñas comunidades judías que se integrarían, con el tiempo, en el tejido social de regiones como Polonia, Hungría o la cuenca del Danubio.
Los últimos vestigios de la civilización jázara se perdieron en las estepas pónticas durante el siglo XIV, arrasados por las oleadas de peste negra y los incesantes asaltos de los pueblos mongoles. Su legado, sin embargo, permanece como una de las historias más peculiares, ambiguas y debatidas del mundo medieval: un pueblo de la estepa que desafió a imperios, convirtió su trono al judaísmo y se desvaneció como un espejismo entre los pliegues del tiempo.