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PAPERCLIP: sangre, ciencia y silencio

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PAPERCLIP: sangre, ciencia y silencio

MUY PRONTO, LA SANGRE DE LAS VÍCTIMAS VALIÓ MENOS QUE UN CÓDIGO POSTAL EN NUEVA YORK.
LA NUEVA GUERRA LO EXIGÍA.
LOS HORRORES FUERON TAPADOS CON EL CINTILLO DE UN CONTRATO.


El precio del conocimiento

En agosto de 1945, cuando aún ardían los esqueletos humeantes de Dresde y Nagasaki, el coronel Holger N. Toftoy, jefe de la rama de cohetería del Ejército estadounidense, hizo una oferta innegociable: libertad y ciudadanía a cambio de ciencia nazi. Bajo su supervisión, 127 científicos del Tercer Reich firmaron contratos de un año. El primer grupo —siete hombres— llegó en septiembre a Fort Strong. Entre ellos, el más célebre: Wernher von Braun, creador del V2.

A cambio de sus conocimientos, Toftoy prometió cuidar de sus familias. Lo hizo.
Estados Unidos los acogió. Los dotó de empleo, casa, salario.
Los rebautizó como Empleados Especiales del Departamento de Guerra.

La justicia quedó atrás, enterrada bajo los escombros de Auschwitz, Dora-Mittelbau y Ravensbrück.
Porque ahora había una nueva guerra.


¿Justicia o ventaja nuclear?

A inicios de los años 50, muchos de esos científicos —aún con expedientes manchados de sangre— obtuvieron visas legales gracias a un atajo diplomático en Ciudad Juárez, México. Se reescribieron documentos, se borraron crímenes. Se silenciaron voces.

Arthur Rudolph, pieza clave del programa Saturno V, había supervisado el uso de trabajo esclavo. Hubertus Strughold, hoy conocido como el «padre de la medicina espacial», fue implicado en experimentos médicos nazis con prisioneros.

El Ejército del Aire estadounidense trasladó a 86 expertos en aeronáutica a Wright Field, junto con material capturado: cazas Messerschmitt, bombarderos Dornier, planos del Ta 183 y P-1101. A ellos se sumaron químicos, físicos, ópticos, y geofísicos. Gente como Georg Goubau, Rudolf Brill o Hans Ziegler. Incluso se contrató a expertos en combustibles sintéticos de la planta Fischer-Tropsch de Luisiana. En 1959, 94 Paperclip más fueron admitidos.

El personal total de la operación superó los 1.600 individuos.
El «botín intelectual» que obtuvieron se valoró en más de 10.000 millones de dólares.


Panaderos, soldados, científicos

«Liberamos a los PhDs del servicio militar. A los matemáticos, de las panaderías. A los mecánicos de precisión, de sus camiones.»
—Dieter Huzel

Los científicos alemanes, arrancados de una guerra y reinsertados en otra, continuaron su obra bajo otro estandarte. No por convicción, sino por pragmatismo. No por redención, sino por utilidad.


Paperclip: el nombre del olvido

La Operación Paperclip (antes Overcast) fue diseñada en julio de 1945 por la Junta de Comandantes en Jefe de los Estados Unidos. Su objetivo era claro: evitar que los soviéticos capturaran a los cerebros del Reich.

Casi 700 científicos y sus familias fueron trasladados en secreto. Ninguno tenía derecho a una visa. Todos habían servido al régimen nazi. Para facilitar su ingreso, se reescribieron informes. Se eliminaron conexiones con el NSDAP. Se sustituyeron palabras. «Ninguna mención a Buchenwald.»
«Eliminar participación en el V2 en Dora-Mittelbau.»
«Falsificar hoja de servicio.»

Gran parte de esta documentación sigue clasificada. Y más aún en la sombra está Operación Alsos, aún más secreta, diseñada para capturar equipamiento nuclear alemán y apresar a físicos del calibre de Werner Heisenberg.


El fantasma de la lista Osenberg

En la primavera de 1943, tras el fracaso en el frente oriental, Alemania empezó a retirar a científicos del campo de batalla. La lista de los seleccionados fue confeccionada por Werner Osenberg, líder de la Wehrforschungsgemeinschaft. En marzo de 1945, un técnico polaco encontró fragmentos de esa lista en un baño mal aseado.

Gracias a ese hallazgo, el mayor Robert B. Staver —jefe de la sección de propulsión a chorro en Londres— elaboró la Lista Negra de científicos objetivos. Wernher von Braun fue el primero.

El plan original solo contemplaba entrevistas. Pero el 22 de mayo de 1945, un cable enviado al Pentágono cambió todo:
«Estos hombres valen más que diez divisiones alemanas.»


La ciencia tiene un precio. El silencio también.

Se les dio casas en Long Island. Se les ofreció inmunidad. Se les integró en proyectos navales, químicos, atómicos.
Se creó una red de ocultación.

Entre los premiados estuvo Herbert Wagner, diseñador de misiles guiados. Fue llevado a Nueva York y después al Point Mugu en 1947.
A otros, como von Braun, se les otorgaron honores, condecoraciones e incluso puestos de liderazgo en la NASA.
En 1958, Time hablaba abiertamente de ellos. El horror ya no era secreto. Era indiferencia.


La otra cara: la CIA y los Bush

Allen Dulles, director de la OSS en Berna y posterior fundador de la CIA, fue uno de los cerebros tras Paperclip. Abogado de Prescott Bush, su misión en 1942 fue clara:
Evitar que la prensa mencionase a la familia Bush después de que se confirmara que partes de su imperio empresarial habían colaborado con la Alemania nazi.

Una red de silencio envolvió a los culpables. Y el mundo giró.


Epílogo: ¿qué se perdió?

La historia oficial dirá que se ganó una carrera espacial.
Que Paperclip permitió llegar a la Luna.
Que la guerra fría exigía sacrificios.

Pero en el fondo, se perdió algo más:
el alma de la justicia.

Porque cuando la verdad es reescrita con tinta negra y clips de papel,
cuando el conocimiento nace del dolor sin memoria,
cuando se entierra a los culpables bajo medallas,
la historia se convierte en una farsa.

Y el papel arde.

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