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Las Batalla de Cagayán; La Armada Española lucha contra rōnin Samuráis

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Corría el año de nuestro señor de 1573,  cuando las huestes japonesas comenzaron a intercambiar oro por plata en la isla filipina de Luzón, especialmente en las actuales provincias de Cagayán, Gran Manila y Pangasinán (concretamente la zona de Lingayén). En 1580, sin embargo, un corsario japonés forzaba a los nativos de Cagayán a prestarle fidelidad y sumisión.

Los primeros asentamientos japoneses en Filipinas habían sido realizados por los wokou, unos piratas muy activos en las costas de China desde el inicio de la Dinastía Ming(1368-1644). Su actuación se intensificó de nuevo en el siglo XVI alcanzando también las Islas Filipinas. Aunque para entonces bajo el nombre de wokou se incluían también a los piratas chinos,​ las incursiones de piratas japoneses eran harto frecuentes en las islas españolas que tenían fama de ricas en oro en Japón.

La actividad de los corsarios –o piratas– japoneses se había convertido en algo normal. Además de los avisos de preparativos navales, los hispanos observaron cómo al año siguiente de un buen botín se podía esperar mayor número de naves corsarias; en diversas ocasiones, sobre todo en informaciones de los años de gobierno de Gómez Pérez Dasmariñas, se hizo notar que las islas españolas tenían fama de ricas en oro en Japón.

Emilio Sola HISTORIA DE UN DESENCUENTRO.España y Japón, 1580-1614.

El gobernador general escribió a Felipe II el 16 de junio de 1582:

Los japoneses son la gente más belicosa que hay por aquí. Traen artillería y mucha arcabucería y piquería. Usan armas defensivas de hierro para el cuerpo. Todo lo cual lo tienen por industria de portugueses, que se lo han mostrado para daño de sus ánimas.

Carta de Gonzalo Ronquillo de Peñalosa gobernador de Filipinas al rey, del 16 de junio de 1582 (Archivo General de Indias,FILIPINAS,6,R.4,N.49)

Se encargó enmendar la situación a Juan Pablo de Carrión, hidalgo y capitán de la Armada. Carrión se hizo con la iniciativa y, gracias a la superioridad técnica de los barcos occidentales,​ cañoneó con facilidad un buque japonés en el mar de la China Meridional hasta obligarlo a retirarse. La respuesta pirata llegó a través del cabecilla Tay Fusa, también referido como Tayfusu o Tayfuzu, que navegó rumbo al archipiélago filipino con 10 navíos. Para contrarrestarlo, el capitán Carrión consiguió reunir 40 soldados españoles bien armados​ y siete embarcaciones: cinco bajeles pequeños de apoyo, un navío ligero (el San Yusepe) y una galera(la Capitana).

Al pasar por el cabo Bogueador la flota descubrió a un junco japonés que acababa de arrasar la costa y que había tratado con extrema dureza a los habitantes.​ Aunque el barco japonés era mucho mayor y los japoneses superiores en número, la Capitana acortó la distancia para interceptarlo.​ Los marineros prepararon los cañones de la crujía y los falconetes y sacres de cubierta, y los soldados se cubrieron con sus capacetes y prepararon sus picas, arcabuces y hachas de abordaje. Cuando la Capitana alcanzó al junco le lanzó unas ráfagas de artillería que destrozaron el casco y dejaron la cubierta llena de muertos y heridos. Posteriormente el galeón se enganchó al barco japonés y los españoles llevaron a cabo un abordaje. Sin embargo, en la cubierta del barco, al ser los japoneses superiores en número, los españoles no podían apenas avanzar.​ Carrión, con su media armadura de acero, con la celada bajada, intentaba abrirse paso con su rodela y coordinaba el dificultoso ataque con el resto de sus hombres.

Las batallas tuvieron lugar en las proximidades del río Cagayán como respuesta a los saqueos japoneses de las costas de Luzón y se saldaron con la victoria española. El suceso tuvo la particularidad de enfrentar a arcabuceros, piqueros y rodeleros castellanos contra un contingente formado en su mayoría por rōnin, samuráis sin señor, y ashigaru, (soldados rasos) japoneses; Se trata de el único combate conocido en la historia que enfrentó a soldados regulares europeos con samuráis.

Los rodeleros españoles debieron verse contra auténticos samuráis japoneses, protegidos con las armaduras propias y armados con katanas. Como los japoneses contaban también con arcabuces, que les habían sido provistos por los portugueses, y eran superiores en número, el rumbo de la batalla se torció para los españoles y el enfrentamiento se transmitió a la propia cubierta de la galera. Por ello, del mismo modo que si combatieran en un campo de batalla de Flandes, los soldados de Carrión formaron una barrera con los piqueros delante y arcabuceros y mosqueteros detrás y comenzaron a retirarse hacia popa a fin de establecer una posición defensiva.​ Carrión cortó entonces con un tajo de su espada la driza de la verga mayor, que cayó de golpe atravesada sobre el combés creando una trinchera,​ y tras ella se parapetaron los mosqueteros y arcabuceros. Logrando restablecer las fuerzas desde esta posición, los españoles lanzaron una ráfaga de balas que causó entre los japoneses decenas de bajas,​ y tras esto salieron y saltaron sobre el enemigo los piqueros y rodeleros. Coincidiendo con este contraataque llegó el San Yusepe, que lanzó una ráfaga de artillería contra el junco y acabó con los tiradores japoneses que desde aquella nave hostigaban a la galera española. Perdida la ventaja, los japoneses se batieron en retirada y saltaron al agua para intentar llegar a nado a la costa,​ con el resultado de que muchos se ahogaron debido al peso de las armaduras.​ Entre las bajas del combate estaba Pero Lucas, un curtido combatiente. Aunque las armas de fuego fueron decisivas en la victoria, también lo fue la mayor robustez de las armaduras y la potencia del armamento español.

En aquel momento, la flota continuó por el río Tajo (nombre del río Grande de Cagayán) encontrándose una flota de 18 champanes, abriéndose paso con sus culebrinas y arcabuces.​ Horas después, Carrión dejaba atrás los buques con cerca de 200 japoneses muertos o heridos.

21Desembarcaron en un recodo del río para atrincherarse cerca de donde estaba el grueso de las fuerzas enemigas y colocaron en dicha trinchera los cañones desembarcados de la galera, con los que continuaron haciendo fuego contra el enemigo. Los wokou decidieron negociar una rendición, pero Carrión les ordenó marcharse de Luzón. Los piratas respondieron pidiendo una indemnización en oro por las pérdidas que sufrirían si se marchaban, a lo que siguió una rotunda negativa de Carrión. Rotas las negociaciones, los japoneses decidieron atacar por tierra con 600 soldados. La trinchera aguantó ese primer asalto, al que siguió otro. Los japoneses recurrieron a la táctica de asir las astas de las picas para abrirse camino o hacerse con ellas, por lo que los españoles pusieron sebo en la madera para que resbalaran y fueran más difíciles de agarrar,​ y de este modo les dejaron merced de los hombres de Carrión, siendo ensartados y despedazados por piqueros y alabarderos.

Tras una tercera embestida, que prácticamente entró en las trincheras, y sin apenas pólvora, los 30 soldados españoles que quedaban lograron resistir y derrotar al enemigo para luego lanzarse en su persecución él, provocando una huida en la que los japoneses eran acuchillados. Muchos japoneses se salvaron de las espadas españolas ya que al ser sus armaduras más ligeras podían correr más rápido.​ Los españoles se hicieron con las armas japonesas que habían quedado sobre el campo de batalla como trofeo, lo que incluía katanas y hermosas armaduras.​ El conflicto demostró la superioridad de las tácticas de combate españolas sobre las japonesas, mejor ilustrado por las espadas europeas de acero toledano, que probaron ser más útiles que las katanas en las numerosas escaramuzas.​ Esto dio como resultado que las armaduras japonesas fueran perfeccionadas al estilo europeo, añadiéndoles petos metálicos.

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