Los Hititas, la civilización de Hatti o Imperio hitita a fue un Estado de la Antigüedad que se originó en el siglo XVII a. C. y sucumbió circa del siglo XII a. C.
Fueron un poder dominante en Anatolia, donde se situó su núcleo político central y otros territorios periféricos. Durante los siglos XIV y XIII a. C. incorporaron un gran número de vasallos anatólicos en occidente y controlaron extensas zonas de Siria septentrional, alcanzando el río Éufrates. Su organización político-militar fue compleja.
Su capital fue Hattusa. Hablaban una lengua indoeuropea, escrita con jeroglíficos o caracteres cuneiformes tomados de Asiria. Su reino reunió a numerosas ciudades-estado de culturas muy distintas entre ellas y llegó a crear un influyente imperio gracias a su superioridad militar y a su gran habilidad diplomática, por lo que fue la «tercera» potencia en Oriente Próximo, junto con Babilonia y Egipto. Perfeccionaron el carro de combate ligero y lo emplearon con gran éxito. Se les atribuye una de las primeras utilizaciones del hierro en Oriente Próximo para elaborar armas y objetos de lujo. Tras su declive, cayeron en el olvido hasta el siglo XIX.
Además de los territorios administrados directamente por los hititas, había estados sometidos su autoridad que disponían de su propia administración. Su soberanía debía ser aprobada por el rey hitita, que se reservaba el derecho a intervenir en sus negocios. A pesar de esto, la mayoría de vasallos poseía una autonomía considerable. En Anatolia, los principales vasallos hititas fueron los países de Arzawa (Mira-Kuwaliya, Hapalla, el país del río Seha), Wilusa y Lukka (la Licia clásica) al oeste; Kizzuwadna y Tarhuntassa al sur; Azzi-Hayasa e Isuwa al este; y, durante ciertos periodos, los kaskas al norte. En Siria, tras el reinado de Suppiluliuma I, los hititas poseían varios estados vasallos: Alepo, Karkemish, Ugarit, Alalakh, Emar, Nuhasse, Qadesh, Amurru y Mitanni entre los principales. Entre estos reinos, algunos tenían un estatus particular porque habían sido entregados a miembros de la dinastía real hitita: Alepo, Karkemish y Tarhuntassa tuvieron sus propias dinastías colaterales; otros, como Hakpis, confiado a Hattusili III antes de su ascenso al trono, solo obtuvieron ese estatus temporalmente. La dinastía hitita de Karkemish representó un papel especial durante los últimos años del reino. Su soberano intervino en los asuntos de otros estados sirios para resolver disputas, tarea que normalmente recaía en los reyes hititas, pero que delegaron en sus virreyes para aligerar su carga de tareas.
Las relaciones entre los reyes y virreyes hititas y sus vasallos se refleja bien en los archivos descubiertos en las excavaciones de Ugarit y Emar. Las autoridades hititas tenían que resolver litigios entre sus vasallos para garantizar la paz y cohesión en Siria —problemas fronterizos, matrimoniales, comerciales—, fijar los tributos y supervisar la vigilancia de posibles amenazas externas. Se emitieron varios decretos para resolver este tipo de casos. Los textos de Ugarit y Emar muestran otros representantes del poder hitita —que son parte del grupo de los «hijos del rey», la élite hitita— enviados cerca de los vasallos.
Para formalizar las relaciones con sus vasallos, los hititas tenían la costumbre de otorgar los tratados y ponerlos por escrito, de forma similar a otras instrucciones destinadas a otros servidores del reino. Varias decenas de estos tratados se han encontrado en Hattusa en el área del palacio o en el gran templo, donde se archivaban cerca de las divinidades que los garantizaban. Mantienen un modelo estable durante el periodo imperial: un preámbulo en el que se presenta a las partes contratantes seguido de un prólogo histórico que reconstruye las pasadas relaciones entre ellos y justifica el acuerdo de vasallaje; a continuación, se estipulan las obligaciones del vasallo —por lo general, la exigencia de lealtad al rey hitita, la obligación de extraditar a las personas que huyan de Hatti, algunas oblicaciones militares como participar en campañas militares junto al rey o la protección de las guarniciones hititas y, a veces, la fijación del tributo a pagar o la regulación de los conflictos fronterizos—; las partes finales prescriben el número de copias del tratado y, en ocasiones, la necesidad de escribir en tablillas de metal (plata o bronce) y los lugares donde iba a ser depositado (palacios y templos); sigue una lista de los dioses que garantizan el acuerdo y, finalmente, las últimas palabras son maldiciones contra el vasallo que viole el tratado. Algunos vasallos disponían de un estatus honorífico más alto que otros y establecían tratados llamados kuirwana, que son formalmente tratados entre iguales, porque estos vasallos eran descendientes de reyes de estados que en el pasado eran iguales que Hatti: Kizzuwadna, antes de la incorporación al reino, y Mitanni.