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Los Tercios; Organización y graduaciones

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Organización de los tercios

La organización de los tercios varió muchísimo durante su existencia (1534-1704). La estructura original, propia de los tercios de Italia, cuyas bases se encuentran en la ordenanza de Génova de 1536, dividía cada tercio en diez capitanías o compañías, ocho de piqueros y dos​ de arcabuceros, de trescientos hombres cada una, aunque también se podía dividir el ejército en doce compañías de doscientos cincuenta hombres cada una. Cada compañía, aparte del capitán, que siempre tenía que ser de nacionalidad española y escogido por el rey, tenía otros oficiales: un alférez, quien era encargado de llevar en el combate la bandera de la compañía, un sargento, cuya función era preservar el orden y la disciplina en los soldados de la compañía, y 10 cabos (cada uno de los cuales mandaba a treinta hombres de la compañía). Aparte de los oficiales, en cada compañía había un cierto número de auxiliares (oficial de intendencia o furriel, capellán, músicos, paje del capitán, barberos y curanderos (estos dos últimos solían cumplir el mismo papel), etc.). Con el tiempo, una de las compañías de arcabuceros se sustituyó por otra de mosqueteros.

Posteriormente, los tercios de Flandes adoptaron una estructura de doce compañías, diez de piqueros y dos de arcabuceros, cada una de ellas formada por docientos cincuenta hombres. Cada grupo de cuatro compañías se llamaba coronelía. El Estado Mayor de un tercio de Flandes tenía como oficiales principales a los coroneles (uno por cada coronelía), un maestre de campo (jefe supremo del tercio nombrado directamente por la autoridad real) y un sargento mayor, o segundo al mando del maestre de campo. Con el tiempo, las compañías fueron reduciendo sus dotaciones, aunque no el número de oficiales y suboficiales que, en consecuencia, creció en proporción al número de soldados que mandaban.

Los tercios solían presentarse en el campo de batalla agrupando a los piqueros en el centro de la formación, escoltados por los arcabuceros y dejando libres a algunos de estos últimos en lo que se denominaban mangas, para hostigar y molestar al enemigo.

El personal de cada unidad era siempre voluntario y entrenado especialmente en el propio tercio, lo que convierte a estas unidades en el germen del ejército profesional moderno. Los ejércitos españoles de aquel tiempo estaban formados por soldados reclutados en todos los dominios de los Habsburgo españoles y alemanes, amén de otros territorios donde abundaban los soldados de fortuna y los mercenarios: alemanes, italianos, valones, suizos, borgoñones, flamencos, ingleses, irlandeses, españoles, etc. En el conjunto del ejército, la proporción de efectivos españoles propiamente dichos solía ser inferior al 50%, e incluso menos aún: hasta un 10–15% a lo largo de casi toda la guerra de Flandes. Sin embargo, eran considerados el núcleo combatiente por excelencia, selecto, encargado de las tareas más duras y arriesgadas (y consecuentemente, con las mejores pagas). Inicialmente sólo los españoles originarios de la península ibérica estaban agrupados en tercios y durante todo el período de funcionamiento de estas unidades se mantuvo vigente la prohibición de que en dichos tercios formaran soldados de otras nacionalidades. En los años 80 del siglo XVI se formaron los primeros tercios de italianos, cuya calidad rivalizaba con la de los españoles, y a principios del siglo XVII se crearon los tercios de valones, considerados de peor calidad. Los lansquenetes alemanes en servicio del rey español no llegaron nunca a ser encuadrados en tercios y combatían formando compañías, puesto que eran mercenarios y no cuadraban con la organización militar de los tercios.

El ejército del duque de Alba en Flandes, en su totalidad, lo componían 5.000 españoles, 6.000 alemanes y 4.000 italianos. Cuando el tercio necesitaba alistar soldados, el rey concedía un permiso especial firmado de propia mano («conducta») a los capitanes designados, que tenían señalado un distrito de reclutamiento y debían tener el número de hombres suficiente para componer una compañía. El capitán, entonces, desplegaba bandera en el lugar convenido y alistaba a los voluntarios, que acudían en tropel gracias a la gran fama de los tercios, donde pensaban labrarse carrera y fortuna. Estos voluntarios iban desde humildes labriegos y campesinos hasta hidalgos arruinados o segundones de familias nobles con ambición de fama militar, pero normalmente no se admitían ni menores de 20 años ni ancianos, y estaba prohibido reclutar tanto a frailes o clérigos como a enfermos contagiosos. Los reclutas pasaban una revista de inspección, en la que el veedor comprobaba sus cualidades y admitía o expulsaba a los que servían o no para el combate. A diferencia de otros ejércitos, en los tercios el soldado no estaba obligado a jurar fidelidad y lealtad al rey.

El alistamiento era por tiempo indefinido, hasta que el rey concedía la licencia y establecía una especie de contrato tácito entre la Corona y el soldado, aunque aparte del rey también los capitanes generales podían licenciar a la tropa. Se daba por hecho que el juramento era tácito y efectivo desde este reclutamiento. Los agraciados con su entrada en el tercio cobraban ya al empezar un sueldo por adelantado para equiparse, y los que ya disponían de equipo propio recibían un «socorro» a cuenta de su primer mes de sueldo.

No hay duda de que estas condiciones se pasaban a veces por alto a causa de la picaresca personal o de las necesidades temporales del ejército, pero en general siempre se exigió que el soldado estuviese sano y fuerte, y que contara con una buena dentadura para poder alimentarse del duro bizcocho que se repartía entre la tropa. En España, las mayores zonas de reclutamiento fueron Castilla, Andalucía, el Reino de Valencia, Navarra y Aragón. Honor y servicio eran conceptos muy valorados en la sociedad española de la época, basada en el carácter hidalgo y cortés, sencillo pero valiente y arrojado de todo buen soldado. Aunque hay que añadir que no hubo escasez de voluntarios alistados mientras las arcas reales rebosaron de dinero, es decir, hasta las primeras décadas del siglo XVII.

No existían centros de instrucción, porque el adiestramiento era responsabilidad de los sargentos y cabos de escuadra, aunque la verdad es que los soldados novatos y los escuderos se formaban sobre la marcha. Se procuraba repartir a los novatos entre todas las compañías para que aprendieran mejor de las técnicas de los veteranos y no pusieran en peligro la vida del conjunto. Era también común que en las compañías se formaran grupos de camaradas, es decir, de cinco o seis soldados unidos por lazos especiales de amistad que compartían los pormenores de la campaña. Este tipo de fraternidad unía las fuerzas y la moral en combate hasta el extremo de ser muy favorecida por el mando, que prohibió incluso que los soldados vivieran solos.

Lo habitual era enviar a las nuevas compañías de reclutas a servir en Italia, de donde partían los veteranos luego a Flandes.​ Hasta bien entrado el siglo XVII, fue extraño enviar tropas bisoñas a Flandes.

El ascenso se debía a aptitud y méritos, pero primaban también mucho la antigüedad y el rango social. Para ascender se solía tardar como mínimo cinco años de soldado a cabo, uno de cabo a sargento, dos de sargento a alférez y tres de alférez a capitán. El capitán de una compañía de tercio era el mando supremo que debía rendir cuentas ante el sargento mayor, que a su vez era el brazo derecho del maestre de campo (designado directamente por el rey y con total competencia militar, administrativa y legislativa).

La paga de los soldados que componían un tercio era menor que las de los regimientos alemanes contemporáneos.​ Una pica seca recibía tres escudos al mes; un coselete, cuatro; un mosquetero, seis; y un arcabucero; cuatro.

Cargos militares y administrativos en un tercio, con sus funciones

El maestre de campo

El maestre de campo es un capitán designado por el rey que manda su compañía y a todo el tercio, podríamos decir que era el general del tercio. Era el único cargo en los tercios que tenía una guardia personal, tan solo 8 alabarderos.

Para llegar a ser maestre de campo se precisaban muchos años de experiencia militar, fama y reconocimiento; con esto el rey los podía designar jefes de un tercio. Normalmente, al principio se era maestre de campo de tropas extranjeras (valones, italianos, alemanes…), cuando se había desempeñado un buen trabajo, el rey daba al maestre de campo un tercio de españoles. Muchos de los nombres de los tercios tenían el nombre o del lugar de origen (tercio de Málaga) o donde operan (Tercio Viejo de Lombardía) o el nombre o apellidos del tercio. Así el famoso maestre de campo Lope de Figueroa mandaba el tercio Lope de Figueroa. En general, se ocupaba del mando, de impartir justicia dentro del tercio y de administrar y asegurar que las tropas eran aprovisionadas.

Maestres de campo famosos fueron Juan del Águila, Sancho de Londoño, Sancho Dávila, Julián Romero, Lope de Figueroa, Rodrigo López de Quiroga y Álvaro de Sande.

El sargento mayor

El sargento mayor era el ayudante principal del maestre de campo, por lo que era el segundo al mando en el tercio. Se podría considerar como el jefe de Estado Mayor. No tenía compañía propia, pero tenía la potestad sobre los demás capitanes. Daba las órdenes de boca del maestre de tercio a los capitanes, decía cómo debía formar en el campo de batalla el tercio, dónde se alojarían las compañías, etc. Era, sin duda, el trabajo de mayor responsabilidad. Tenía un ayudante que solía ser el alférez de su antigua compañía. La evolución de estos dos cargos han dado en la actualidad los cargos de comandante y teniente coronel.

Los tambores y pífanos

Los tambores o cajas y pífanos eran los encargados de llevar las órdenes del capitán en el combate a base de los toques de sus instrumentos. También tenían una doble finalidad: subir la moral de los hombres en el combate y llevar las órdenes, pues en el fragor de la batalla era imposible llevar las órdenes a viva voz. Había muchos toques, entre los básicos marchar, parar, recoger (dar la retirada), responder (al fuego enemigo), etc.

El furriel mayor

El furriel mayor era el encargado de alojar a los soldados, de los almacenes del tercio y de las pagas. Se encargaba de los aspectos logísticos. Cada compañía tenía a su vez un furriel que se encargaba de llevar a cabo las órdenes del furriel mayor. Cada furriel llevaba las cuentas de la compañía, la lista de los soldados, las armas y la munición de la que precisaban los soldados y el capitán. Para ser furriel se necesitaba saber leer, escribir y conceptos básicos de matemáticas.

Cuerpo sanitario

Los tercios no tenían un cuerpo sanitario como los ejércitos actuales. Este cargo lo desempeñaba un médico profesional, los cirujanos de cada compañía y el barbero que solían hacer de enfermeros y debían saber atar y sangrar heridas (por cada compañía sólo había un cirujano y un barbero). Los camilleros solían ser los mozos que acompañaban a los soldados al combate o los propios soldados llevando a sus propios camaradas.

Cuerpo espiritual

En los tercios, como ejército cristiano, debía tener por cada compañía un capellán para dar fe a los soldados, enseñar el evangelio, celebrar la santa misa y dar la extremaunción a los heridos y a los que iban a morir. En un principio el capellán era contratado por los soldados. Era un trabajo arduo, pues los capellanes se debían mover por el campo de batalla para dar la extremaunción a los caídos y solían ser el objeto de odio en enemigos contrarios a la Iglesia católica (los protestantes y musulmanes).

En 1587, la orden de los jesuitas es la encargada de proveer los capellanes de los tercios. Con la ordenanza de 1632​ se crea el puesto de capellán mayor, que era el encargado de elegir a los capellanes de las compañías y capellán de la compañía del maestre de campo. Además, eran los únicos que podían juzgar a otros capellanes.

Cuerpo judicial

El cuerpo judicial del tercio se formaba por un oidor, un escribano, dos alguaciles, el carcelero y el verdugo. Este grupo de personas se encargaban de hacer efecto sobre los procesos judiciales internos del tercio, como si fuera un tribunal militar. También se encargaban de los testamentos de los soldados.

En el tercio se puede encontrar asimismo un cuerpo de policía militar, mandado por el preboste. Se encargaba del orden entre la tropa, la limpieza de los campamentos, la seguridad de los edificios donde se iban a alojar los soldados y evitar que los soldados se dispersasen en las marchas.

Bartolomé Scarion de Pavía, en su obra titulada Doctrina militar, en Lisboa en 1598, expondrá que «Un ejército en campaña ha de tener un preboste, que es suprema justicia del ejército, como en los tercios son los barracheles de campaña, contra los malhechores y los que quebrantan los bandos. Empero los barracheles no pueden sino prender, y no ejecutar ni soltar sin orden del general, ó del maese de campo, ó del auditor; y el preboste es juez absoluto para ahorcar y castigar tales suertes de delincuentes.» (A Leal-Bernabeu, 2019;Pavía, 1598)

El capitán

El capitán era una persona designada por el rey para que mandase una compañía; él es quien decidía de qué arma iba a ser formada la compañía (cuando no había mezcla de armas): picas, arcabuces o mosquetes.

El capitán debía informar de los percances ocurridos a sus superiores, y no tiene la potestad de castigar a sus soldados, ni herirlos, a no ser que este estuviese presente, entonces podía usar la espada, pero no podía matar a los soldados. Si hería a un soldado no debía atacar un miembro del cuerpo útil para la guerra. El capitán no debía aprovecharse de los soldados, ni maltratarlos cuando no han hecho nada, con el único fin de salvaguardar la disciplina de los soldados de la compañía. Podía dar licencia a un soldado a irse de una compañía a otra, pero no podía darle licencia de irse del tercio y mucho menos del ejército, eso era tarea del maestre de campo y del rey. Los capitanes normalmente tenían un paje de rodela, pues este lo portaba, que también se llamaba paje de jineta. Estos chicos estaban en la parte peor parada del combate, delante del capitán para protegerlo con la rodela.

Ostentaba la mayor graduación de las compañías, que también contaban con alférez, sargento y cabo de escuadra.

El alférez

El alférez era el encargado de llevar y defender la bandera de la compañía en el combate. La bandera era la insignia de la compañía y debían protegerla con la vida. Se sabe de casos de alféreces que perdieron ambos brazos en el combate y para que la bandera no cayese al suelo (significaba que la compañía perdía el combate), el alférez la sujetaba con la boca, trabajo arduo, pues la pica en la que se llevaba la bandera pesaba 5 kg. La bandera siempre debía llevarse de forma vertical, nunca al hombro, pues si los soldados veían que la bandera caía o era arrastrada por el suelo bajaría la moral. El alférez podía encargarse de la compañía si el capitán lo autorizaba cuando este estuviese ausente. En las marchas, el alférez tenía otro ayudante, llamado sotaalférez, que era el encargado de llevar la bandera cuando no hubiese combate. A este muchacho también se le llamaba sota o abanderado.

El sargento

Cada compañía tenía un sargento, encargado de transmitir las órdenes de los capitanes a los soldados, de que la tropa esté siempre bien preparada para el combate (armamento, munición, protecciones, etc.) y de que las tropas en el combate vayan en buen orden.

En los servicios nocturnos el sargento es el encargado de poner las centinelas, y debe revisarlas durante toda la noche. El sargento puede castigar a aquellos que no cumplan estos servicios, y si requiriese de la fuerza podría usar la gineta, una alabarda especial que solo la llevaban los sargentos, tratando de solo herir y no mancar al soldado castigado.

El cabo

El cabo era un soldado veterano que tenía a su mando veinticinco hombres.​ Eran los encargados de alojar a los soldados en camaraderías (grupos de soldados más reducidos). Tienen que adiestrar a los soldados, cuidar de que cumplan las órdenes del capitán, de que luchen bien y de que no creen problemas. Si los hubiere, el cabo no puede castigar a los soldados y deberá hablar al capitán de los posibles desórdenes ocurridos.

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