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El final de la Britania romana y el inicio de La migración anglosajona

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Uno de los grandes retos de la historiografía del final de la Britania romana ha sido su datación exacta. Las fechas propuestas son varias: el final de la acuñación de moneda en 402, la rebelión del usurpador Constantino III en 407, la rebelión mencionada por Zósimo en 409 o el supuesto rescripto de Honorio de 410. A pesar de los ríos de tinta que ha hecho correr el intento de encontrar una fecha en la que Roma abandonó de forma efectiva Britania, no deberíamos considerar esta cuestión en los términos de una moderna descolonización. La fecha del fin de la Britania romana es una cuestión compleja, y el proceso exacto probablemente permanezca oculto.

Hay una cierta controversia acerca de por qué terminó el dominio romano sobre Britania. Según la interpretación clásica, sostenida entre otros por Mommsen, Roma abandonó Britania. La inestabilidad interna del Imperio y la necesidad de retirar tropas para frenar el avance bárbaro fueron las principales razones argumentadas para este abandono. De este modo, fue el colapso del sistema imperial lo que abocó el final de la Britania romana. Sin embargo, otros historiadores como Michael Jones han defendido tesis alternativas en las que más que Roma abandonó Britania, habría que decir que fue Britania la que abandonó Roma. Britania fue foco de numerosos intentos de usurpación imperial a finales del siglo IV y comienzos del V, y el flujo de dinero hacia la isla parece que se secó a comienzos del siglo V, significando esto que no pudo pagarse de forma regular a administradores y tropas. Todo esto lleva a pensar que Britania entró en un período de rebeldía generalizada contra el centro imperial. Ambos argumentos son susceptibles de crítica, si bien todavía no contamos con más investigaciones que puedan aportar más a nuestro entendimiento del por qué acabó la Britania romana.

Recientemente se está considerando la posibilidad de que hacia finales del siglo V un rey o ducatur romano-británico -que algunos identifican en Aurelius Ambrosianus- pueda haber derrotado (alrededor de 495 o 503 a.d.) momentáneamente los invasores anglosajones en la batalla de Mons Badon (cerca de Bath) y haber dado origen a la leyenda del Rey Arturo. Este período coincide con el regreso de la imperialidad romana en los tiempos de Justiniano y termina con la terrible Plaga de Justiniano, que despobló el mundo mediterráneo alrededor de 540 A.d. En esos años los anglosajones lograron conquistar los pocos territorios que quedaban en manos de los últimos británicos romanizados (enormemente golpeados por la plaga y la reducción de natalidad sucesiva) y a partir del año 550 desaparecieron todas las evidencias de una continuación de la civilización romana en Britannia.

La migración anglosajona

Tradicionalmente, se ha sostenido que los anglosajones migraron a Britania en gran número durante los siglos V y VI, desplazando de manera sustancial a la población britana. El anglosajonista Frank Stenton, aunque admitiendo una considerable presencia reminiscente britana, esencialmente asumió esta interpretación, argumentando que la mayor parte del sur de Inglaterra fue invadida en la primera fase de la guerra. Esta interpretación está basada en las fuentes escritas, particularmente en Gildas, pero también en fuentes posteriores, que describieron la llegada de los anglosajones como un hecho sustancialmente violento. La toponimia y la lingüística han ofrecido apoyo a esta interpretación, puesto que es muy escasa la toponimia britana existente en la parte oriental de la isla y fueron muy pocas las palabras britanas que entraron en el anglosajón o inglés antiguo. Esta interpretación fue acogida muy favorablemente por los primeros historiadores ingleses, que querían fortalecer su idea de una Inglaterra que se desarrolló de forma diferente a la Europa continental, con una monarquía limitada y un pueblo amante de la libertad. De acuerdo con esta interpretación, la peculiaridad inglesa proviene de la masiva invasión anglosajona. La visión tradicional es aún sostenida por algunos historiadores; en 2002 Lawrence James escribió que Inglaterra fue sumergida por una corriente anglosajona que desplazó completamente lo romano-británico.

Otra cuestión difícil de resolver es el destino de la población britano-romana después del dominio romano. Algunos claramente adoptaron la cultura anglosajona y acabaron identificándose a sí mismos como anglosajones. Otros pudieron haber vivido en comunidades separadas bajo el dominio anglosajón. Las leyes del rey Ethelberto de Kent, probablemente escritas a comienzos del siglo VII, hacen referencia a una infraclase legal conocida como laets, a los que podríamos identificar con comunidades britano-romanas o «latins». Más clara es la referencia a los wealh, una infraclase britana objeto de legislación por el código de Ine de Wessex, compuesto a finales del siglo VII o comienzos del VIII.

Sin embargo, la naturaleza violenta del período no debería ser obviada, y es bastante probable que este período estuviese dominado por tensiones endémicas, a las que se hace alusión en todas las fuentes escritas. Esta situación pudo contribuir grandemente a una mortalidad considerable de la población romano-británica. Las epidemias, conocidas también por las referencias escritas, contribuyeron probablemente a incrementos de mortalidad, aunque no sabemos hasta qué punto pudo llegar a afectar desigualmente a britanos y anglosajones.

También está claro que algunos britanos emigraron al continente, de lo que resultó que la Armórica gala fuese conocida como Bretaña. Hay también evidencia de migraciones britanas a la Galaecia hispana. La datación de estas migraciones es incierta, pero estudios recientes sugieren que las migraciones desde el sudoeste de Britania a Bretaña comenzaron ya a comienzos del siglo IV, culminaron a partir del año 500 y concluyeron mayormente a principios del siglo VII.2 Estos pobladores no parece que fuesen propiamente refugiados, puesto que empezaron a migrar antes de las invasiones germanas, e hicieron sentir su presencia en la toponimia de las más occidentales provincias atlánticas de Armórica, Cornualles y Domnonea. Sin embargo hay claras evidencias lingüísticas de contactos estrechos entre el sudoeste de Britania y Bretaña a lo largo de los primeros seis siglos d. C.

En Galaecia, una zona igualmente de fuerte sustrato celta, hubo una inmigración britana en la zona de Mondoñedo. Precisamente la sede episcopal de dicho nombre es la heredera directa de la sede conocida como Britonia o Bretoña, que fue el obispado britano durante el reinado suevo. Finalmente estas poblaciones, como las celtas galaicas, perdieron su idioma propio y se latinizaron.

Durante el período posromano, no sólo se crearon los reinos anglosajones. En el oeste de la isla se crearon unos reinos celtas, de los que tenemos noticias en Gildas. La organización de estos reinos pudo estar fundamentada en las estructuras romanas, aunque es más segura la influencia de Irlanda, que nunca fue parte del imperio romano. La arqueología ha ayudado a fortalecer nuestro conocimiento de estos reinos, especialmente en yacimientos como el de Tintagel o el del oppidum de South Cadbury. En el norte de los reinos anglosajones se desarrollaron los reinos britanos de Rheged, Strathclyde, Elmet y Gododdin. Se han registrado reparaciones en el muro de Adriano durante los siglos V y VI. Hallazgos casuales en ciudades como Wroxeter y Caerwent han contribuido a documentar la ocupación continuada de ciudades romanas. Este uso urbano continuado pudo estar asociado a la estructura eclesiástica.

El oeste de Gran Bretaña en este período ha atraído a aquellos que desean caracterizar al rey Arturo como una figura histórica. Aunque hay poca evidencia escrita de los autores coetáneos aparte del historiador del siglo VIII, Nennio, los restos arqueológicos sugieren la posibilidad de que un rey britano-romano (probablemente Aurelius Ambrosianus) pudo haber ejercido un considerable poder durante el período posromano, como demuestra la fundación de sitios como Tintagel o como la línea defensiva de Wansdyke.5Este tipo de interpretaciones pueden continuar atrayendo la imaginación popular, tanto como algún escepticismo académico generalizado.

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