El pueblo suevo se estableció principalmente en Braga (Bracara Augusta), Oporto (Portus Cale), Lugo (Lucus Augusta) y Astorga (Asturica Augusta). La ciudad de Braga se convertirá en la capital de su reino.
Un grupo que acompañó a los germanos suevos ocupó la región entre los ríos Cávado y Homem, en la zona conocida como Terras de Bouro (Tierra de Buri). Asimismo, en Galicia existen dos parroquias de nombres suevos, en las comarcas de La Coruña y La Barcala, y hasta cuatro pequeñas poblaciones más con dicha denominación. Dado que los suevos casi de inmediato adoptaron el como idioma el latín vulgar local, quedan algunos restos del idioma germánico hablado anteriormente. Ha habido una cierta influencia sobre la lengua gallega y la lengua portuguesa, como lawerka (laverca en gallego y en portugués con el significado de alondra).
El Nacimiento de un Reino
Según relata Hidacio, dos años después de su entrada en la península ibérica en 409, suevos, vándalos y alanos llegaron al acuerdo de poner fin al saqueo y al pillaje al que habían sometido hasta entonces a las provincias romanas de Hispania y se asentaron de forma estable en ellas. Así a los alanos les correspondió la Lusitania y la Cartaginense; a los vándalos silingos, la Bética; a los vándalos asdingos, el interior de la Gallaecia —región de Lugo y Astorga— y a los suevos la Gallaecia lindante con el océano. En total sumarían unas 200.000 personas, contando mujeres y niños, frente a unos cinco millones de hispanorromanos.
Para intentar recuperar estos territorios el Imperio romano de Occidente firmó un foedus con el rey visigodo Valia, quien penetró con su ejército en la península ibérica con la autoridad que le había conferido el emperador y en los años 416 y 417 recuperó de manos de alanos y vándalos silingos las provincias más ricas y romanizadas de Hispania: Bética, Lusitania, Tarraconense y Cartaginense.
En 419 en la Gallaecia surgió un conflicto entre los suevos y los vándalos asdingos motivado probablemente por la pobreza de las tierras que les habían correspondido a estos últimos —cuyo número se había incrementado con la incorporación de grupos dispersos de vándalos silingos y alanos derrotados por los visigdos—. Así los suevos se vieron cercados en los montes Nerbasios —de localización desconocida— y sólo les salvó de ser completamente aniquilados la intervención de un ejército imperial al mando del comes Hispaniarum Asterio. Como ha señalado Luis A. Gómez Moreno, «sin duda el gobierno imperial estaba interesado en impedir una supremacía de la agrupación popular entonces más poderosa, los asdingos» y «el número mucho menor de los suevos representaba un peligro de momento secundario». Los vándalos asdingos, con su rey Gunderico al frente, levantaron el asedio y se dirigieron al sur, aunque antes mataron a cierto número de suevos en Braga —en el 429, tras saquear la Bética, pasaron al norte de África—
La Expansión
Tras el abandono de Hispania por los vándalos, los suevos intentaron extender su influencia fuera de la Gallaecia, sobre las otras provincias de Hispania, más ricas y urbanas. Sin embargo sus acciones se limitaron al saqueo y al pillaje y no lograron consolidar el dominio de ningún territorio fuera de la Gallaecia, e incluso dentro de ella muchas zonas escapaban a su control que se circunscribía a la mitad suroccidental de la provincia. Esto era debido fundamentalmente a su escaso número en relación con la población total. Se estima que los suevos no sobrepasarían las veinticinco mil personas, mientras que la población galaica hispanorromana rondaría las setecientas mil almas. «Para estos años Hidacio nos señala minuciosamente las continuas escaramuzas entre los suevos y la población provincial, en una relación interminable de saqueos y acuerdos de paz que se rompían con facilidad». El propio obispo Hidacio negoció en 433 con el rey suevo Hermerico un acuerdo para alcanzar la paz, pero ésta no se lograría plenamente hasta cinco años después con el acuerdo suscrito por el rey con la aristocracia galaica.
Con el rey Requila el reino suevo alcanzó su mayor expansión. En 438 encabezó una campaña contra la Bética donde derrotó a orillas del río Genil a un ejército organizado por la aristocracia local y comandado por un tal Andevoto. En los dos años siguientes ocupó Emerita Augusta (Mérida), capital de la Lusitania, y Mértola (Myrtilis) y en el 441 logró entrar en Sevilla, la capital de la Bética. «Esta última conquista debió permitirle extender su influencia incluso por la Cartaginense. En esos momentos, principios de la década de los cuarenta, tan solo la Tarraconense se mantenía bajo el estrecho control imperial, muy posiblemente con la ayuda de tropas de foederati visigodos».
En el 446 un ejército de «federados» visigodos al mando de un magister utriusque militae llamado Vito fue derrotado por los suevos cuando intentaba recuperar la Bética para el Imperio. Dos años después moría Requila al que le sucedió su hijo Requiario. Este intentó en primer lugar fortalecer el reino suevo para lo que intentó un acercamiento al reino visigodo de Tolosa de Teodorico I casándose con una princesa visigoda. A su vuelta de la corte visigoda apoyó una nueva revuelta bagauda que había estallado en la Tarraconense, sumándose al saqueo y al pillaje. La revuelta bagauda fue finalmente reprimida por el un ejército visigodo al mando de Federico, hermano del rey Teodorico II. En cuanto a los suevos firmaron en 453 un acuerdo con un representante del Imperio, el comes Hispaniarum Mansueto, para poner fin a sus incursiones en la Tarraconense.
Nuestros enemigos, los Visigodos
En 456, tras la muerte del emperador Valentiniano III y el acceso al trono imperial del galorromano Avito, el rey visigodo Teodorico II inició una gran campaña militar para extender el reino visigodo de Tolosa hacia Hispania lo que llevaría a enfrentarse al creciente poder del reino suevo. Por su parte Rechiario había reiniciado los saqueos por la Cartaginense y la Tarraconense dando por roto el pacto de 453 a causa de la muerte del emperador, y haciendo caso omiso de las protestas presentadas por sendas embajadas de Avito y de Teodorico II. Así el 6 de octubre de 456 tuvo lugar una gran batalla a orillas del río Órbigo entre el ejército visigodo comandado por el propio Teodorico II, detentando la autoridad que le había conferido el emperador, y el ejército suevo. El resultado de la batalla del río Órbigo fue una gran derrota para los suevos que vieron como a continuación su capital Braga era ocupada por los visigodos y su rey Rechiario era apresado y ejecutado en Oporto. En su lugar Teodorico II nombró un gobernador de nombre Agiulfo y a continuación se dirigió a Mérida, donde conoció la muerte del emperador Avito. Teodorico II volvió precipitadamente a la Galia, pero dejó un ejército en Hispania que se apoderó y saqueó diversas localidades de la Meseta superior como Astorga, Palencia y el castrum de Coyanza (Valencia de Don Juan).
En el 457 Agiulfo, el gobernador nombrado por Teodorico II, se rebeló contra éste pero fue derrotado y muerto. En este contexto se produjo un rebrote de la resistencia sueva formándose varios grupos cuyos líderes se enfrentaron entre sí por la jefatura del antiguo reino: primero, Maldras y Framtán, y luego Requimundo y Frumario —Requimundo, cuya base de dominio se situaba en la zona occidental de la Gallaecia, defendía una política de amistad con el poder visigodo y con el Imperio, mientras que Frumario, cuyos apoyos se encontraban en la Gallaecia meridional e interior, era contrario a cualquier acuerdo—. Teodorico II reaccionó enviando a la Gallaecia un ejército mandado por un comes visigodo, Sunierico, y el magister militum del nuevo emperador Mayoriano, Nepociano, que atacó Lugo, y se apoderó en el 460 de Santarem en la Lusitania. Cuatro años después moría Frumario por lo que el reino suevo quedó bajo la autoridad de un único rex, Requimundo, que fue reconocido por el rey visigodo. A partir de entonces Teodorico II mantuvo una especie de supremacía sobre el nuevo reino suevo unificado cuya consecuencia principal fue la conversión del rey Rechimundo al cristianismo arriano y la de otros muchos suevos.
Requimundo intentó acabar con la tutela visigoda y para ello inició un acercamiento con la aristocracia galaica y del norte de Lusitania, que dio como resultado la entrada pacífica del rey suevo en Lisboa en 468, plaza que le fue entregada por la nobleza de la ciudad dirigida por un tal Lusidio, y ello a pesar de que en la primavera de ese mismo año los suevos habían saqueado Conimbriga. Hidacio recoge este cambio de actitud de la antigua aristocracia senatorial romana respecto de los suevos —debida a la eficacia cada vez menor del poder imperial para defender sus intereses—, pero desgraciadamente su Chronica se interrumpe en el año 469 y no volveremos a tener noticias del reino de los suevos hasta la segunda mitad del siglo siguiente.
Los Años Oscuros del Reino
Entre 469 y 550 hay una laguna histórica debido a la ausencia de fuentes. Sólo conocemos el nombre del rey Teodemundo. Así pues sobre este periodo sólo caben las hipótesis. La más extendida entre los historiadores es que durante estos ochenta años, de los que carecemos de noticias, el reino suevo se consolidó en el noroeste de la península como entidad independiente y en su seno se produjo la paulatina integración de la población germánica con la galaicorromana. Esto último estaría corroborado por el único documento anterior al 550 que nos ha llegado sobre el reino suevo. Se trata de una carta enviada por el papa Vigilio al metropolitano de Braga, Profuturo, en el 538, en la que se observa la plena libertad de la que gozaba la Iglesia católica que era la de los galaicorromanos en un reino confesionalmente arriano: «su jerarquía episcopal puede comunicar libremente con el exterior, edificar iglesias, tratar de parar la conversión al arrianismo de antiguos católicos, así como hacer proselitismo de su credo», afirma Luis A. Gómez Moreno. Este mismo historiador señala que la «integración entre ambos sectores dirigentes del país (suevos y aristocracia galaicorromana) pudo desarrollarse, a lo que parece, en un clima esencial de paz exterior. El aislamiento geográfico de las tierras centrales del reino suevo, y su relativa pobreza, constituían ya una inmejorable base de sustentación para dicha paz exterior, que ahora, además, se veía favorecida —desde finales del siglo V— por la creciente debilidad de su gran rival en la Península: el reino visigodo».
Por otro lado, a finales del siglo V y principios del VI, contingentes de población celta procedentes de Gran Bretaña y huyendo de las invasiones anglosajonas se instalan en la costa lucense, aproximadamente entre el río Eo y la ría de Ferrol. Esta población se organizó en torno a una diócesis propia con sede en Britonia (lugar que los expertos identifican habitualmente con la actual parroquia de Santa María de Bretoña, ubicada en el municipio lucense de Pastoriza). Su relación con los asuntos del reino queda atestiguada por la participación de su obispo Mailoc en el Primer concilio de Braga de 561 y en el Segundo concilio de Braga de 572.
La Caída del Reino
A partir del año 550 el reino suevo «reaparece» en las fuentes, concretamente en las crónicas del franco Gregorio de Tours y del visigodo católico Juan de Biclara —de los que posteriormente tomará sus datos Isidoro de Sevilla—, pero la información que aportan sólo se refiere a los acontecimientos del reino que afecten a la Galia merovingia y al reino visigodo. Una información más amplia, aunque restringida al campo eclesiástico, nos la proporcionan las actas del Primer concilio de Braga de 561 y del Segundo concilio de Braga de 572 y los escritos de Martín Dumiense
El paso definitivo para la integración entre los suevos y la aristocracia galaicorromana, lo que suponía además la plena consolidación de la monarquía sueva, fue la conversión al catolicismo del rey y su corte. El problema es que las fuentes discrepan sobre cuándo se produjo el hecho. Según Gregorio de Tours la conversión fue obra del rey Chariarico y tuvo lugar alrededor del año 550, pero según Isidoro de Sevilla fue el rey Teodomiro y la data en 570. Sin embargo, ambas versiones coinciden en lo fundamental: en el protagonismo que tuvo en este hecho Martín de Braga, un eclesiástico de la Panonia que fue abad de Dumio y obispo de Braga.
La historiografía actual se inclina a favor de la versión de Gregorio de Tours, situando la llegada de Martín de Braga a la Gallaecia en el reinado de Chariarico (550-558/559) y relacionando su conversión al catolicismo con la creciente influencia en el reino suevo de los francos merovingios y de los bizantinos, enemigos de los visigodos. Por ello destacan que Martín de Braga antes de ir a Galicia había estado en el Oriente bizantino y que su llegada al reino suevo coincide con el desembarco de los bizantinos en el sur de la península, donde fundarán la provincia de Spania, y, por otro lado, la influencia merovingia —que habría llegado a la Gallaecia por la vía comercial marítima que unía la zona de Burdeos con las costas del noroeste de la península— se manifestaría en la muy extendida veneración que existía entre los católicos galaicorromanos por San Martín de Tours, quien según Gregorio de Tours tuvo un papel destacado en la conversión sueva al catolicismo..
La actividad de Martín de Braga, apoyada por el rey, se centró en la cristianización de los sectores rurales muy influidos por las creencias paganas y por la herejía priscilianista —como se deduce de su tratado pastoral De correctione rusticorum— y en la reorganización de la Iglesia del reino para convertirla en una auténtica Iglesia «nacional». Así bajo la supervisión de Martín, que ya ocupaba la sede metropolitana de Braga, fue transformada la organización eclesiástica tradicional heredada del Bajo Imperio romano con la división del reino en 13 diócesis —algunas de ellas nuevas—, a su vez agrupadas en dos grandes distritos o «provincias eclesiásticas»: una meridional, cuya sede metropolitana sería Braga, y otra septentrional, con Lugo como nueva sede metropolitana. Esta división, según Luis A. García Moreno, se adaptaba a «la realidad territorial y política del reino suevo de entonces. En efecto, en dicho reino las zonas septentrionales —correspondientes en líneas generales al antiguo conventus Lucensis— presentaban con relación a las meridionales un evidente acaísmo en sus estructuras socioeconómicas: práctica inexistencia de núcleos urbanos de importancia, con la excepción de Lugo; existencia de distritos con restos de estructuras de tipo tribal y cuya organización eclesiástica se estructuraba en torno a monasterios episcopales de tradición céltica, etcétera».15 Los trece obispados de la reorganizada Iglesia católica sueva fueron los siguientes: Britonia; Lucus Augusti; Laniobrense; Iria Flavia; Tudae; Auriensis; Asturica Augusta; Dumiun; Portucale; Lamecum; Viseum; Conimbriga; Egitania.
En la consecución de los objetivos de Martín de Braga fueron fundamentales el Primer concilio de Braga y el Segundo concilio de Braga celebrados en mayo de 561 y en junio de 572, respectivamente. En el primero —convocado bajo los auspicios del rey Ariamiro (558/559-561), sucesor de Chariarico— se trataron la cuestión priscilianista y los problemas internos de la Iglesia. En el segundo —convocado durante el reinado del rey Miro (570-583), hijo de Tedomiro (561-570), sucesor a su vez de Ariamiro— se completó la creación de la Iglesia «nacional» sueva al dotarla de su propio derecho canónico, tomado de los principales concilios de la Iglesia griega.
El rey visigodo Leovigildo desarrolló una ambiciosa política de restauración de la autoridad de la monarquía visigoda sobre Hispania. Entre el 573 y el 576 se ocupó del noroeste del reino, fronterizo con el reino de los suevos. Así en 573 sometió la Sabaria, un territorio del que se desconoce su localización exacta, y al año siguiente tomó la ciudad de Amaya, y con ella toda la provincia de Cantabria quedó sometida. En 575 se apoderó de la región de Orense haciendo prisionero a Aspidius, señor local (loci senior) de aquel territorio. De esta forma recuperó la enorme franja de terreno de la parte visigoda de la frontera con el reino suevo, formada por Orense, Asturias y Cantabria, y que en la práctica eran independientes. En 576 penetró en el reino suevo, pero llegó a firmar la paz con el rey Miro.
Tras la muerte del rey Miro en 583, le sucedió su hijo Eborico. Pero la derrota ante los visigodos, que quebrantó la fortaleza militar del reino suevo, y el malestar creado entre la aristocracia del reino por la renovación por el nuevo rey de la fidelidad a Leovigildo jurada por su padre, pudieron ser las causas de que al año siguiente Eborico fuera destronado por su cuñado Andeca y relegado a un convento. Andeca para fortalecer su posición se casó de inmediato en segundas nupcias con la viuda del rey Miro, Siseguntia. Leovigildo no intervino en seguida porque todavía estaba intentando acabar con la rebelión de Hermenegildo, pero en cuanto consiguió ponerle fin, encabezó un ejército en 585 que penetró en el reino suevo y se apoderó de él. El rey Audeca fue recluido en un monasterio y Leovigildo se hizo con el tesoro real. Así dejó de existir el reino suevo que quedó convertido en una provincia del reino visigodo de Toledo. Tras la marcha de Leovigildo, hubo un intento de restauración del reino por parte de un tal Malarico pero fue derrotado por los ejércitos visigodos. Como consecuencia de la conquista, fueron establecidos obispos arrianos en Viseu, Lugo, Tuy y Oporto, aunque «no parece que Leovigildo llevase a cabo ninguna acción violenta contra la Iglesia católica del antiguo reino suevo: los obispos católicos continuaron en sus sedes, incluso allí donde se establecieron arrianos»